Concluido el Maidán con el derrocamiento de Víktor Yanukóvich, la respuesta rusa de anexión de Crimea y apoyo al secesionismo en el Donbass propició, no solo la mutua imposición de sanciones entre Occidente y Rusia, sino el definitivo impulso al Povorot k Azii. Bajo dicho enfoque, el Kremlin basculaba hacia Asia como continente, pero la celeridad por encontrar soluciones alternativas al impacto del deterioro de relaciones con la UE, motivó un acercamiento a China en el que progresivamente se irían traspasando anteriores líneas rojas rusas.  La Guerra que ha continuado a la invasión de Ucrania por Rusia no ha hecho sino profundizar en estas dinámicas.

Los principales debates relativos a las relaciones entre Rusia y China versan bien en torno a su naturaleza, en particular si la profundización de su asociación estratégica alcanza o puede alcanzar un status formal o informal de alianza; bien sobre aquellos elementos que estimulan o dificultan el progreso y sostenibilidad de esa relación. Estos últimos son de tres tipos: intereses en el estricto ámbito bilateral o sobre proyectos de integración regional liderados por Rusia y China; el diseño del futuro orden internacional; y, por último, la creciente asimetría entre China y Rusia en términos económicos, extensible, salvo en el terreno militar, al resto de capacidades estructurales. La guerra en Ucrania supone un test de estrés para las relaciones ruso-chinas tanto en términos de cooperación política y económica como respecto a cómo es proyectada y percibida esa relación. En esta ponencia se analiza el impacto de la guerra y sus consecuencias en la profundización material de la asociación estratégica ruso-china; pero también en la proyección de un alineamiento en la competición estratégica llamada a definir el futuro orden internacional.